Mi viaje y recomendaciones para viajar a Yazd

Sandra Candal

Aquí tienes mis aventuras visitando una de la ciudades más antiguas del mundo, Yazd.

Qué ver en Yazd: Mis Imprescindibles



Ya es una ciudad para callejear y recomiendo encarecidamente que podáis subiros a alguna de sus terrazas para ver su centro histórico desde las alturas.

Pero, además de eso, tenéis ofrece muchos otros lugares interesantes por descubrir.

Amir Chakhmaq Complex y el Museo del Agua

Se trata de una llamativa estructura de s. XV con soportales simétricos con dos pequeños minaretes.

En su interior tiene un pequeño caravasar, un espacio ceremonial y unos antiguos baños.

Junto a la plaza se encuentra el interesante Museo del Agua que resulta muy interesante para entender cómo ha podido sobrevivir esta ciudad del desierto, una de las más antiguas del mundo.

Las Torres del Silencio

A las afueras de Yazd se encuentran estos enigmáticos edificio de tierra, antiguos emplazamiento funerarios de la religión zoroástrica. 

Este religión se considera que el cuerpo es impuro por lo que se llevaban allí los cuerpos para que fuesen comidos por los buitres y posteriormente únicamente arrojar los huesos a la parte central de esta «torre». 

Junta a ellas también se conservan antiguas construcciones hechas de arena.

La Mezquita de Jahmed

Las mezquitas de Irán son dignas de elogio pero he aquí otra realmente preciosa con unos tonos azules que parecen sumergirnos en un mar cuando estamos en una ciudad de lo más desértica.

Los jardines Dowlat Abad

Estos jardines históricos del s. XVIII son otro soplo de aire fresco en la calurosa ciudad de Yazd.

Son patrimonio de la Humanidad.

Su casa además es de lo más sorprendente ya que la ingeniería de su torre y los pequeños canales que pasan por las habitaciones hacen que sea uno de los primeros «aires acondicionados» del mundo.

Alexander’s Prison

Este edificio es otro de los emblemas de Yazd.

Se trata de una antigua escuela conocida con el nombre de la «Prisión de Alexander» por un poema de Hafez.

Su exterior es bonito pero no me recomendaron visitar su interior por carecer de interés.

Mi viaje a Yazd: Diarios de viaje



El bus hacia Yazd arrancaría sobre las 22,00 y llegaría a destino sobre las 04,00. Tal como había convenido con aquel tal Massoud, estaría en la estación para recogerme y llevarme a un hostal a descansar. El bus, sorprendentemente, me pareció muy moderno y cómodo así que, cuando ya me preparaba para echarme una «siestecilla», una de las pocas chicas que allí iba conmigo en la parte delantera delimitada para las mujeres, me llamó junto a ella.

–          Te has confundido de asiento, me dijo. El tuyo es este junto al mío.

Sorpendida, obedecí y me senté a su lado. Tras unas breves presentaciones, me susurró que no se fiaba de unos chicos quinceañeros que estaban detrás de nosotros. Intenté tranquilizarla ya que parecieron inofensivos y, lo cierto es que, muy pronto, todo el autobús se quedó dormido. Al llegar a Yazd aún así la muchacha asustadiza decidió darme su número de móvil por si mi conductor no me recogía o tenía cualquier problema. ¡Seguía claro que la hospitalidad iraní no tenía limites!

Apenas bajé del autobús allí estaba Massoud, un chico alto y moreno, muy sonriente. Hablaba perfectamente inglés con acento americano; había estado viviendo allí. Nos metimos en su coche y allá nos fuimos en dirección a su albergue. Volví a contarle mi plan: ¡Yo estaba allí para ver de una puñetera vez el desierto!

–          ¡Pero te vas a perder la ciudad de Yadz si vas hasta el desierto!, me contestó. Es una pena…

–          Tengo que elegir entonces entre ver el desierto y la ciudad, le repliqué tristemente.

–          ¿Estás cansada?

–          No – le dije. He dormido algo en el autobús y ahora estoy algo desvelada (como a cada vez que llego a un sitio nuevo).

–          ¿Qué te parece si vamos a ver el amanecer ahora en el desierto y luego descansas un rato antes de visitar Yazd?

No pude menos que contestarle con una gran sonrisa de oreja a oreja. ¡Menudo planazo me está saliendo a pesar de ser todo improvisado! Apenas conocía a aquel hombre del que sólo tenía referencias por aquella guía Lonely Planet que tenía en aquel momento en mis rodillas. Cuando la vio, rompió a reír.

– ¿Es la edición del 2009? – Me preguntó

– No, lo sé, la verdad – Contesté intrigada. La he cogido de la biblioteca.

– Mira la página 15 – Me dijo entre risas.

Y efectivamente, ¡allí estaba curiosamente mi guía saltando una hoguera durante unas festividades! 🙂

Tras sudar la gota gorda para poder subir a una duna (¡no os podéis imaginar lo difícil que es! ¡Si no subes rápidamente, la arena se desliza bajo tus pies!), ahí estaba el desierto. De camino a allí, Massoud me había confesado que era músico pero que había decidido hacía unos años por fin echar raíces y por eso había abierto su hostel pegado al desierto. Mientras miraba anodada a mi alrededor los reflejos multicolores del sol sobre la arena, de repente, mi guía rompió aquel silencio infinito y dejó grabado en mi memoria otro momento inolvidable de este viaje.

Muy pronto nos empezó a entrar el frío así que decidimos arrancar ya. Aprovechamos para comprar por pan recién hecho y, después de un magnífico desayuno, caí rendida.

Tras unas cuantas horas de descanso, cuando desperté allí seguía mi anfitrión con su sonrisa de oreja a oreja. Si él había cumplido con su promesa de enseñarme el desierto, ahora era él el que me quería pedir un pequeño «favor»: Su esposa, Fáhima, estaba preparando los exámenes para ser guía, necesitaba practicar inglés y quería enseñarme la ciudad. ¡¿Cómo iba a rechazar esa oferta?! Esperé a su encantadora esposa y allá nos fuimos las dos. Visitamos el Palacio de Yazd con sus sorprendentes torres de ventilación (¡el primer aire condicionado del mundo!), Amir Chakmaq Complex, el Museo del agua  (un lugar realmente muy interesante para entender cómo nació esta ciudad en medio del desierto), la Mezquita del Viernes de Yazd (Yameh Mosque)DBogheh-e avadazdah (Mausoleo de los 12 Imanes), Zendán-e-Eskandar (La Prisión de Alejandro, que curiosamente no fue ninguna prisión sino una madrasa que nada tuvo que ver con el rey de Macedonia)… Desde luego, uno de los grandes regalos de Fáhima aquel día (gracias a sus contactos) fue poder acceder a una de las terrazas del centro de esta impresionante ciudad milenaria (donde grabaría uno de los fragmentos de mi videopostal).

Al caer la noche y para ya terminar esta corta visita a Yazd, Fáhima y yo nos fuimos hasta las afueras a visitar las imponentes Torres del Silencio. Estos lugares funerarios zoroastristas no tienen nada de especial arquitectónicamente hablando, sin embargo, me impactó la energía y espiritualidad que aún se podía respirar y ver desde lo alto cómo la ciudad de Yazd se tornaba rojiza al atardecer.

Aquella noche para rematar un día que había sido absolutamente perfecto gracias esta pareja, Massoud tocaría para mí el tar antes de irme a dormir. 🙂

Torres del Silencio
Torres del Silencio

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