Como ya muchos sabréis, estuve de viaje la semana pasada por Turquía. Otro país árabe, pensaba yo, ignorante de mí… Me encontré con un país muchísimo más moderno y europeo de lo que jamás podía haberme imaginado. Me sorprendió incluso aprender que este país, con algunas de las mezquitas más bellas del mundo como la Mezquita de Soleyman el Magnífico o la Mezquita Azul, era un país laico gracias al tan venerado presidente Atatürk.
Desde mi punto de vista, como mujer, siempre he sentido un cierto desprecio hacia la posible opresión que podían estar sufriendo algunas musulmanas e incluso cierta aprehensión hacia los países árabes hasta que, por primera vez viajé, a Marrakech.

Puede tener mucho que ver con que, de pequeña, al criarme en París, crecí entre gente de todos los colores y religiones. Aprendí a respetar las diferencias de los demás. Recuerdo a algunos compañeros quedándose en el patio del colegio durante la hora de la comida porque hacían el Ramadán o aquellos con los que no se podía quedar los sábados porque era el Sabbat. Sigo riéndome recordando que todos decíamos que éramos musulmanes cuando, en el comedor escolar, el menú de aquel día no nos gustaba. Lo que sí no me hacía tanta gracia era que algunas compañeras aprobarán gimnasia sin hacer todos los ejercicios porque era un peligro llevando el velo… A mí, en cambio, nadie me eximía de saltar el maldito potro o tener que subir a la tan odiada cuerda. Éramos iguales y a la vez no…
Siempre me han indignado las injusticias y en el fondo, para mí, el Islam era la clara representación de ser discriminada por ser mujer. En mis últimos viajes me he encontrado con una nueva sensación…
En Marruecos no le presté demasiada atención a la religión ya que Marrakech no deja de ser una ciudad de lo más turística pero, está claro que cuando escuchas por primera vez una ciudad retumbar con la llamada a la oración, aunque no entiendes nada, se te pone la piel de gallina… Muchas marroquíes respectaban la norma religiosa, llevaban la cabeza tapada o con ello se ganaban el respeto de sus iguales. En cambio, hacia nosotras turistas – a pesar de preocuparnos por ir relativamente recatadas – ese respecto desaparecía. Según la tradición, las mujeres islámicas empezaron a llevar el velo para distinguirse de las demás y ser respetadas (desde el punto práctico, para protegerse del calor). ¿No llevar el velo hacía de nosotras unas provocadoras? ¿Quiénes eran ahora las discriminadas?

Mi experiencia en Egipto fue totalmente diferente. El Cairo, es una capital enorme y también muy cosmopolita. Me volví a encontrar con extremos: mujeres como burka pero también chicas que optaban por «vestirse a la europea» y no llevar el velo (aunque vestían de forma muy discreta, intentando mostrar el mínimo de piel). Aún así, recuerdo tener que disculparme por insinuar demasiada curva en la entrada de una mezquita a pesar de ir tapada (¡perdón por mi voluptuosidad pero yo no me quejo de que estés gordo!).
Me llamó la atención que en casi todas las mezquitas había folletos en varios idiomas sobre el Corán e intentando explicar el Islam. En ellos, se rompía con numerosos estereotipos que asociamos con esta religión. Una vez más, al igual que pasa en todas las religiones, el gran problema parece ser la lectura que hacen los hombres de los libros sagrados. Inspirándome en Kant, creo que está claro que nuestra reflexión sobre el mundo nos lleva hacia la religión en busca de respuestas y, ésta (manipulada por los grupos interesados) nos arrastra hacia odiosas supersticiones que nos impiden ver más allá. Al fin y al cabo, en nuestras sociedades – supuestamente modernas y más abiertas de mente -, ¿no siguen también vigentes numerosos prejuicios con respeto a los roles que desempeñan ambos sexos?

Con mi viaje a Turquía mis pensamientos han dado de nuevo un giro. En Estambul también existe una postura más moderada con respeto al velo pero me llamó aún más la atención ver que, entre las más jóvenes, el pañuelo se había convertido en un nuevo signo de identidad, en un complemento de lo más “fashion”, en un rasgo distinto que lo decía todo de ti: de dónde eres, cómo eres, cuáles son tus gustos, etc. ¡Y las mujeres se sentían orgullosas de ello! Lo que siempre había visto como un mandato impuesto por otros se convertía ahora, ante mis ojos, en algo de lo que presumir. Presumían de tener una identidad, fe y valores. En un país tan abierto al mundo, al desarrollo, a la modernidad, las creencias religiosas más conservadoras están de hecho en aumento…
El mundo está sufriendo enormes cambios que me parecen cada vez más contradictorios. Parece que, todos aquellos que nos creemos libres, estamos en realidad cada vez más encasillados y atrapados en nuestra cómoda burbuja – incluso me atrevería a decir que nos estamos volviendo conformistas y/o vagos viendo la situación actual de nuestro país – mientras que los que, ante nuestros ojos, parecen oprimidos conservan sus valores, actúan con más carácter y convicción por sus ideales. ¿Habrá el llegado el momento de recuperar el concepto (supuestamente) tan arcaico de “fe”?
No me malinterpretéis. Siento un total rechazo con comportamiento bárbaros y fanatismos varios vinculados a la religiones y todo aquello que puedan atentar contra la integridad y la dignidad de las personas así como contra los derechos humanos pero me pregunto ¿por qué nosotros, frente a ellos, hemos decidido dejar de tener y luchar por nuestros ideales?
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