Mis viajes a Ámsterdam

Estos son los dos diarios de viaje de mis dos viajes por Ámsterdam, Holanda.

Mi primer viaje a Ámsterdam (2006)



A pesar de la historia que estuvisteis leyendo, volví a Aurich. Y es que por aquel entonces seguía siendo un poco más pobre que ahora y para viajar sólo podía hacerlo con estos intercambios.

Esta vez éramos todo un grupo de chicas de la misma edad y afortunadamente, no tuvimos que pasar por Hannover (¡menos mal!) sino que teníamos que coger nuestro avión en Ámsterdam.  Sólo teníamos dos días para visitarlo todo antes de volvernos para casa así que, a mi gran pesar, tuvimos que descartar los museos (otro destino pendiente para repetir) e intentamos disfrutar de la ciudad al máximo durante esas pocas horas.

Había reservado en un albergue económico, alejado del centro, pero no fuimos capaces de encontrarlo así que, cansadas de buscar, acabamos en un hostal cerca de la Estación Central.

El primer día recorrimos todo el centro de la ciudad: la plaza Dam, las calles comerciales Kalverstraat y Leidsestraat, la iglesia del Papagayo (De Papegaai Kerk)… Disfrutamos de una tarde relajada de paseo y compras.

A la tarde nos perdimos por Nieuwendijk, el área gay de la ciudad y nos recorrimos todo Reguliersbreestraat – una de las calles más antiguas de Ámsterdam -, divertida y sorprendente… ¡plagada de sexshops! A la noche nos introdujimos en el mundo de los Coffee Shops y de la vida nocturna del Barrio Rojo.

En la mayoría de los Coffee Shops el ambiente es de lo más acogedor, tipo pub irlandés. Para los fumadores, os confirmo que en la variedad está el gusto y la gracia reside en saber qué tipo de sensaciones deseáis experimentar. Para los menos atrevidos, también hay infusiones y riquísimas galletas 100% naturales. 😛

En cuanto al Barrio Rojo, creo que aún a día de hoy sigo traumatizada. Una cosa es que te cuenten y otra muy distinta el ver a esas chicas en sus escaparates. No te acabas de creer lo que estás viendo y además no te atrevas a mirar demasiado… ¡Están dispuestas a ligar con cualquiera! Ver a hombres dirigirse sin reparo hacia alguna de las “tiendas” y verles tirar de la cortinilla con el cartel “Ocupado” no deja de ser curioso.

El segundo día, al ser una visita express, el grupo se dividió. Algunas de las chicas prefirieron más relax y seguir con el shopping pero Cristina, Eva y yo, las más aventureras, decidimos lanzarnos a la aventura y…¡alquilar una bici!¡Una de las mejores ideas que pudimos tener!

Las bicicletas para “guiris” tienen un cartel especial para que los demás tengan cuidado con vosotros.

Yo decidí contratar además un pequeño seguro ya que decidimos alquilarla para medio día y menos mal… Iba yo tan feliz con mi bicicleta saliendo de la tienda… cuando me di cuenta de que llevaba casi 10 años sin montar en bici, jajaja. Vale… No se olvida pero cuando no vas muy segura, a lo largo de los canales (muchos de ellos no tienen barandilla), esquivando tranvías, vehículos varios, ciclistas experimentados y peatones… ¡resulta un poco estresante! Para colmo otro detalle con el que no contaba es que las bicis holandesas no tienen el freno en el manillar sino en los pedales. Tienes que pedalear suavemente en el sentido contrario. Si lo haces demasiado rápido, ¡Al suelo! Por encima la bici era muy alta para mí… Como bien dije antes, ¡menos mal que contraté el seguro!

A pesar de todo, os lo recomiendo encarecidamente. El centro de la ciudad es relativamente pequeño. Al final con nuestras bicis en medio día lo vimos casi todo: recorrimos todo Prinsengracht (pasando delante de la casa de Ana Frank), el barrio de Jordaan con sus calles serpenteadas cruzando miles de canales, la Nieuwe Kerk, la plaza de Rembrandt (Rembrandtplein), el mercado de las Flores (Bloemenmarkt)…

Ámsterdam es una ciudad encantadora y para vivirla a fondo, las bicicletas son una manera auténtica para visitarla y aún más si disponéis de poco tiempo como nos pasó a nosotras.

Mi segundo viaje a Ámsterdam (2012)



Cuando empecé a contaros mis aventuras viajeras a través de este blog, ¡Me entraron unas ganas increíbles de volver y me compré otro billete!

Esta vez decidí planear un fin de semana totalmente diferente, más cultureta y es que Ámsterdam es una de las ciudades con más museos del mundo.

La ciudad seguía igual de bonita que la recordaba. Esta vez, para variar, en vez de usar Couchsurfing, decidí alojarme en un albergue de juventud. Al llegar, me llevé la sorpresa de que las habitaciones eran mixtas, cosa de la que no me había percatado al reservar. Compartiría cuarto durante 2 noches con 3 amigos alemanes, 1 chico y una chica brasileños.

A la mañana siguiente, estaba ansiosa por recorrer la ciudad. Las calles adoquinadas, llenas de encanto, los canales… me volví a emocionar como la primera vez y no podía dejar de sonreír.

Empecé con un plato fuerte: la casa de Ana Frank. Era temprano pero ya había cola. Había oído opiniones diversas sobre este lugar, no sabía qué esperarme. El museo es realmente muy sencillo pero personalmente resultó ser una experiencia sobrecogedora. La exposición, las fotos, los vídeos te sumergen en la historia. (Eso sí, el precio de la entrada me parece excesivo – 9,50 euros).

Al salir de allí, seguí paseando hasta el famoso Rijksmuseum, otro de los imprescindibles. A pesar de su fama y sin querer quitarle méritos a los grandes maestros holandeses, me decepcionó un poco ya que recoge casi toda la obra de Rembrandt (esperaba más variedad).

Tras dos museos, me fui en busca de un poco de relax en el bonito Café Americain, el típico “pub” holandés (brown café). Este, construido en 1880 resultó ser una auténtica pasada (Patricia, gracias por la recomendación).

Tras el descanso, pensé en deshacer lo andado pero me di cuenta que ya había caminado muchísimo y que estaba lejos del albergue. Releyendo el folleto de la City Card (e intentando saber qué ventajas tenía esa maldita tarjeta – No incluía ni la casa de Ana Frank, ni el Rijksmuseum) descubrí que podía coger con ella un ferry con tour guiado. Navegar por los canales al atardecer, aunque sea muy de guiris, fue realmente genial (además de aprender un montón de secretos ocultos de la ciudad).

La noche había caído en el Barrio Rojo, el ambiente más increíble que de día. Según mi guía, debido a los movimientos migratorios y la gran tradición comercial del puerto de Ámsterdam, se podía disfrutar de grandes restaurantes tailandeses y uno de los mejores… a unas manzanas de mi albergue. Era una opción perfecta para cenar después de un largo día.

El Bird Thai tenía cola (buena señal), la comida fue exquisita, casera y fresca (casi igualando aquel increíble almuerzo en Chinatown). Tras un auténtico festín, volví al albergue y sorprendentemente todos mis compañeros de habitación estaban despiertos. Era sábado por la noche y estaban allí. Empezamos a hablar de todo un poco (los alemanes habían salido la noche anterior y habían quemado ya todo su prepuesto). El brasileño llevaba dormido desde la noche anterior para risa de todos (la experiencia Coffee Shop lo había matado). La chica brasileña empezó a contarme todos los secretos del carnaval en Brasil…

A la mañana siguiente, aún enrabietada por el timo de la City Card, intenté sacarle el mayor provecho posible. Visité – gracias a ella – el Museo Van Loon, residencia de Willem van Loon, uno de los co-fundadores de la Compañía Holandesa de la Indias Orientales, del s. XVII. Fue divertido ver el interior de una de las miles casas bailarinas, descubrir los jardines escondidos (antiguamente, como no se podía construir a lo ancho, las casas se construían hacia atrás) 🙂

El último museo que no me podía perder era el museo Van Gogh. Las obras habían sido trasladadas temporalmente al museo Hermitage así que fue un “dos en uno”.

Finalmente, antes de dejar la ciudad, hice dos paraditas más.

La primera fue en la Oude Kerk (incluida en 1000 places to see before you die). Me decepcionó un poco pero resultó curioso comprobar de nuevo lo liberales que son los holandeses: había una exposición sobre la homosexualidad dentro de la Iglesia Vieja, jejeje.

La segunda en el pequeño Museo Rembrandt que fue interesante pero sin más.

Tras un fin de semana de lo más “museístico”, cargue la maleta de tulipanes y me fui pensando ya en repetir por tercera vez… Ámsterdam es realmente una ciudad genial y única.

4 comentarios

  1. dios q recuerdos al leer el post!y el hostal!jaja mi madre fue una locura, y en el barrio rojo cuando vimos a la señora esa gorda q iba casi desnuda..puaj eso si los cofee shops m encantaron 😉 y la noche en amsterdam en general habia muy muy buen ambiente

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