Mi viaje y consejos para viajar a Marrakech

Sandra Candal

Aquí encontraréis mis aventuras con cuatro amigas en Marrakech y recomendaciones para preparar vuestro viaje.

Qué ver y hacer en Marrakech: Mis Imprescindibles



Plaza Yamaa El Fna

De todos los lugares del mundo que he visitado, jamás he visto algo parecido a lo que ocurre durante las 24 horas del día en la Plaza Yamaa el Fna.

Este lugar es mágico por su color, su bullicio y sus olores.

A todas horas hay gente reunida, vendedores de zumos, espectáculos varios, feriantes con sus monos…

Es algo indescriptible pero que a todos los que visitamos Marrakech nos atrapa y, desde luego, no deja indiferente.

Alojarse en un Riad y perderse por la Medina y los bazares

El alma de Marrakech está en su Medina.

Perderse (literalmente) por ella y sus bazares es relativamente fácil.

Su muralla que encierra callejuelas caóticas, sucias nos transporta al pasado. ¡No apto para remilgados!

Personalmente recomiendo contratar a un guía ya que se trata de un auténtico laberinto y cada zona esconde sus secretos: de esta forma, podréis visitar desde talleres de artesanía como telares o tiendas de especias y aceite de argán.

Y recordad, ¡regatead sin miedos! Tan pronto le pilléis el truco, os encantará 😀

Los Riads son otro de los secretos mejores guardados de Marrakech.

Aunque todas las puertas y fachadas de los edificios sean igual de austeras, estos antiguos palacetes reformados en hoteles, para el disfrute de los turistas, os harán sentir como un sultán.

La Mezquita Kutubia y la llamada a la oración

A un tiro de piedra de la Plaza Yamaa el Fna os encontraréis con una torre con gran parecido a La Giralda.

¡Esta fue la fuente de inspiración: la Mezquita de Kutubia!

Construida en 1158 es uno de los emblemas de Marrakech.

Alrededor posee unos bonitos jardines. La Medina es relativamente pequeña y -hayáis viajado o no a algún país islámico – escuchar las voces de la llamada a la oración de las diferentes mezquitas retumbando a través de los edificios con paredes de adobe os podrá los pelos de punta.

El Jardín Majorelle y La Mamouina

Visitando la vivienda del pintor Jacques Majorelle y sus jardines, que tanto inspiraron a Yves Saint Laurent hasta el punto de comprarla, o adentrándoos en unos de los hoteles más lujosos de la ciudad, La Mamounia (recomendación de Patricia Schultz) es cuando empezáis a entender porque tantos «ricachones» se han enamorado de la ciudad.

Estos suntuosos palacetes árabes con jardines exquisitamente cuidados recuerdan el Paraíso por su belleza.

Los Palacios de la Bahía, de Dar Si Said, las Tumbas Sadíes

El palacio de la Bahía del s. XIX, el museo Dar Si said y las Tumbas Sadíes os los añado a la lista pero por desgracia no tuve oportunidad de visitarlos.

Mi buena amiga Mrs Knook, sí fue y me puso los dientes largos, muy largos…

Excursiones a las afueras de Marrakech



Essaouira

Si disponéis de más días, las excursiones más recomendadas (y comunes) son al pueblo costero de Essaouira (en mi caso, queda pendiente para la próxima aunque Mrs Knook aquí os cuenta su experiencia).

El Valle de Ourika

También podéis visitar el Valle de Ourika.

Nuestra excursión incluía la visita de un pueblo berebere, de una fábrica de aceite de argán, tiendas locales y paseo en camello para los más guiris. 

Recordad llevar buen calzado para la excursión.

El acceso hasta las cascadas es algo complicado y hay que trepar bastante para poder disfrutar de las maravillosas vistas al pueblo de Setti-Fatma. Un paisaje realmente alucinante, mezcla nieve y terrenos arenosos.

Merece mucho la pena.

Dónde dormir en Marrakech



No sabía cómo iban a reaccionar ante la pobreza así que me decidí a reservar habitaciones en el mágico Riad Layla Rouge para evitar sorpresas y tener un mínimo de confort.

El lugar resultó encantador y perfecto para 4 días. Nos sentíamos como en casa.

Lo cierto es que mi estancia por Marruecos ha sido realmente muy breve por lo que si estás buscando Consejos para viajar a Marruecos te recomiendo que le eches un vistazo a la página de Periodistas Viajeros.

Mi viaje a Marrakech: Diarios de viaje



Cuando me volví a quedar soltera, como es normal, empecé a salir más y a hacer nuevas amigas. En esta ocasión, seríamos cuatro chicas en Marrakech (Sexo en Nueva York II a lo cutre, jajaja). Para ellas sería todo un mundo de sensaciones nuevas, para mí «pan comido» después de mi experiencia india. Desde el avión ya fui vislumbrando lo que nos esperaba: una enorme ciudad plagada de casas bajas de adobe, calles sucias y laberínticas.

Era febrero y el clima era seco pero agradable. Nos recogieron en el aeropuerto y, pocos minutos más tarde, ya nos metíamos de lleno en la Medina, alucinando con todo lo que nos encontrábamos. Todo era tan diferente, tan caótico… y pobre. Ya no podíamos esperar más y, a pesar de estar cansadas, esa misma tarde-noche ya decidimos recorrer todo el centro y a aventurarnos a cenar junto a la bulliciosa plaza Yamaa El Fna.

Ellas se sentían totalmente embriagadas y absorbidas por el caos. A mí me resultaba extremadamente gracioso verlas. Me había pasado lo mismo el primer día en India. Aún así Marrakech era muy diferente. Todo me parecía puro espectáculo y la actividad de la plaza era desenfrenada: peleas, monos, encantadores de serpientes, vendedores de zumos de naranja, mujeres tapadas de arriba abajo con miradas subrayadas de negro kohl. Todo ello rodeado de humo y magia. Ese era el motivo por el que la gente decía que Marrakech te hipnotiza y te atrapa. Empezó a retumbar la ciudad con la llamada de la oración justo cuando pasábamos delante de la antigua mezquita de Kasbah y a todas se nos puso los pelos de punta…

Al día siguiente decidimos contratar a un guía para que nos enseñase un poco de todo en el Zoco. Si se dispone de poco tiempo, como en nuestro caso, creo que es un buen plan porque es realmente enorme y es muy fácil perderse. De este modo, pudimos ver un poco de todo: ropa, babuchas, talleres de alfombras, de artesanía, perfumerías-tiendas de especies… ¡El paraíso para compradoras compulsivas, jajaja! Tras una exquisita comida (sigo soñando con aquel cordero con dátiles y piñones), decidimos ya recorrer a nuestro aire el resto de la ciudad e incluso a nuestra gran sorpresa descubrimos que el encanto de lo ancestral, de la ciudad roja, desaparecía unas pocas calles más allá y que Marrakech también tenía una parte moderna, muy parecida a cualquier otra ciudad europea.

Decidimos dedicar un día para conocer un poco los alrededores y nos decantamos por contratar una excursión para ver el Alto Atlas. Tras enterarnos (a través de otra gente que iba  en nuestro microbus) que nuestro regateo no había servido de nada y que aún nos habían timado (para no variar), decidimos intentar disfrutar al máximo de la jornada contratada . La primera parada la hicimos en un par de puestos de souvenirs (¡cómo no!) y la siguiente en un lugar en el que se podía subir a lomos de un camello (¡Welcome to Guirilandia!). Finalmente, paramos a tomarnos un té en un pueblo beduino. De nuevo nos azotó la visión de la pobreza. Minutos después, nos convertimos en el gran entretenimiento de una horda de niños nos empezaron a rodear como locos  al ver que se repartían caramelos y chicles. La última parada fue ya a los pies del Atlas. Esas sobrecogedoras tierras áridas tenían de telón de fondo unas elevadas montañas nevadas. Muy pronto empezamos a alegrarnos de haber llevado calzado cómodo: nuestro guía – que parecía una cabra montesa – empezó a hacernos cruzar puentecitos de madera a lo Indiana Jones y a hacernos subir y subir a través del bonito valle del Ourika.

El objetivo: ver una de las más bonitas cascadas de Marruecos. Según avanzábamos, empezamos a alucinar con la desorganización y con los demás turistas que, al igual que nosotras, no tenían ni idea de dónde se estaban metiendo (guiris con chanclas, bolsos, bebés…). Seguíamos cuesta arriba sin parar, saltando de piedra en piedra, cruzando arroyos… y temblando pensando en cómo íbamos a bajar de allí. Al final llegamos a las decepcionantes cascadas (y es que en Galicia tenemos unas cuantas más espectaculares) y tras un pequeño descanso, llegó la hora del temido descenso. Gracias a Dios, el guía nos avisó que nos haría bajar por otro lado pero para coger el atajo tendríamos que escalar otro poco más. Nos fiamos de él y afortunadamente nadie salió herido (aunque un cuaderno que Mónica llevaba estuvo a punto de suicidarse tirándose al vacío por un acantilado de 3 metros de altura). Este último esfuerzo mereció la pena ya que pudimos disfrutar de unas vistas aún más espectaculares desde un camino muchísimo más llano de regreso a nuestro bus.

El último día, tras empezar a hacer virguerías para encajar colchas, mantas, joyeros y farolillos dentro de nuestras diminutas maletas tamaño Ryanair (¡gracias Vueling por dejarnos  facturar gratuitamente!), decidimos visitar el hotel La Mamounia (por recomendación de Patricia) y la casa de Yves Saint Laurent, un pequeño paraíso sobre la tierra (¡así es  normal que uno se enamore de Marrakech!).

Volvimos por enésima vez a recorrer nuestra ya adorada plaza Yamaa El Fna, una plaza que nunca duerme, y nos despedimos aquella noche de ella tomando un excelente té moruno desde la terraza del Café Glacier.

7 comentarios

    1. Anda, de dónde eres Miguel Angel? Vamos a ser vecinos y yo sin enterarme, jeje. Somos muchos los gallegos viajeros bloggeros o qué? Molaba hacer «microquedadas»! 😀

    2. Soy de Vigo, los gallegos estamos en todas partes, de hecho recuerdo que paseando por las calles de Ushuaia, la ciudad mas austral, me encontre con un cruceiro que ponia «Galicia desde el fin del mundo», a ver si sube la foto al blog ja ja… es muy significativa

    1. Y no tuvisteis ningún problema? yo me voy dentro de unas semanas con unas amigas también, y me da un poco de cosa…

    2. Hola Rita, no tengas miedo para nada. Es un lugar muy turístico. Hay que andar atentas pero no es para nada peligroso. Ya me contarás 🙂

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