Mi viaje y recomendaciones para viajar a Tokio

Aquí os encontraréis los diarios de viaje de los 6 días que pasamos mi amigo Adri y yo en Tokio además de una recopilación de mis lugares preferidos de la capital de Japón.

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Sitios que ver en Japón
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12 consejos para viajar solo a Japón
12 consejos para viajar solo a Japón

Sitios que ver en Tokio: Mis 10 Imprescindibles



Tokio es una capital fascinante.

Una urbe que aturde e hipnotiza a la vez.

Tras cinco días visitándola, estos son los lugares que más me han gustado…

 

El metro y el cruce de Shibuya

A pesar de haberme criado en París, haber estado en el metro de Londres y Nueva York, confieso que lo de Tokio es “too much”.

Vivir la experiencia de coger el metro en hora punta es asombroso y lo más increíble es que ¡nadie tropieza con nadie!

¡Y qué decir del famoso cruce de Shibuya

Primero, fuimos a media tarde y sí, había gente, pero no demasiada…

Cuando cayó la noche y las luces se encendieron, la cosa cambió.

Nos fundimos con la multitud que va para todos los lados y fue increíble.

¡No podíamos parar de cruzar, jajaja! ¡Y no os olvidéis de sacaros la foto con Hachiko!

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Parque Yoyogi y los jardines del Palacio Imperial

Japón es tierra de contrastes y si, por un lado, podemos vivir el estrés de la vida moderna, también es sorprendente encontrarse con lugares tan “zen” como el Parque Yoyogi (recomendable visitarlo en fin de semana para ver cómo los tokiotas se relajan).

Lo mismo con los jardines del Palacio Imperial.

Templo Senso-ji
Templo Senso-ji

El templo de Senso-ji

Personalmente el templo de Senso-ji fue uno de los templos que más me gustó durante nuestro viaje a Japón.

Quizás sea por sus llamativos colores y por el ambiente que allí se respira (los tokiotas lo visitan con frecuencia para pedir que se cumplan sus deseos así que está muy transitado).

Por otro lado, las calles que conducen a él están llenos de puestos callejeros así que toda ese barrio resulta muy animado.

El mercado del pescado Tsukiji

El Tsukiji Market es todo un clásico dentro de las guías de Tokio aunque ¡ojo! para poder asistir a la subasta el atún, tendréis que estar allí a partir de las 4h30 para coger ticket (se reparten 100 cada día) porque se ha convertido en toda una atracción para los turísticas.

Visitar el mercado de día también es muy interesante y sobre todo, no dejéis de daros un homenaje si os gusta el sushi.

¡Aún salivo recordando el que tomamos allí!

De compras por Shimo Kitazawa y Harayuku

Volvemos a los contrastes: si queréis ver la ultimísima moda (y/o pintas de los más extrañas), Shimo Kitazawa y Harayuku son los barrios de moda a los que tenéis que dirigiros, en cambio, si os interesa traeros un “souvenir” más tradicional (un kimono, por ejemplo), preguntad por tiendas de segunda mano.

El consejo facilitado por Laura de Japonismo fue, desde luego, todo un acierto. ¡Volvimos cargados! (Unos 12-15 euros el kimono).

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La gastronomía japonesa

No soporto que me digan “A mí no me gusta la comida japonesa porque no me gusta el pescado crudo”.

¡Sería como decir que no te gusta la comida española porque no te gusta la tortilla!

Me atrevo a decir que Japón ha sido uno de los países donde mejor comí tanto por el pescado, como por las carnes, los noodles y ramen (pasta), los arroces, las frituras… ¡Todo buenísimo!

Además, si no sabéis qué pedir no hay problema porque siempre tienen réplicas de los platos en los escaparates así que basta con señalar qué  queréis comer. 🙂

Por otra parte, otra particular del país nipón es que siempre hay un montón de máquinas expendedoras con comida en cada esquina así que os aseguro que jamás pasaréis ni hambre ni sed en vista de la variedad que hay.

Tokio de noche

Si la ciudad es fascinante de día, cuando la noche cae y se encienden las luces de neón parece que estás en una película futurista.

El crucero por el Río Sumida `hasta la isla de Odaiba vale aproximadamente unos seis euros y merece mucho la pena hacerlo al atardecer: uno se da cuenta de lo enorme que es Tokio  y ver todos los rascacielos encendiéndose es una auténtica pasada.

En cuanto al barrio de Shinjuku, es la típica imagen que todos podemos tener de la capital con tintes de Blade Runner.

La isla de Odaiba

La isla de Odaiba es una isla artificial en la bahía de Tokio. Merece detenerse allí para sacarse la fotos con dos auténticas “frikadas”: por un lado, la Estatua de la Libertad (¡da la sensación por un momento que nos hemos trasladado a Nueva York!) y, por otro, el gigantesco robot Gundam.

Podéis llegar hasta allí con el crucero arriba mencionado o en tren/metro.

El templo Zojo-ji y la Torre de Tokio

El templo Zojo-ji, del s. XVI, tiene la siniestra particularidad de tener un cementerio con pequeñas estatuas vestidas y con juguetes que representan los niños no nacidos.

A apenas 15 minutos de allí se encuentra la Torre de Tokio, imitación de la Torre Eiffel pero roja (como lo era originalmente la parisina).

Hacer el friki por Akihabara

No soy ni de manga japonés ni nada de por el estilo pero, gracias a Adri, descubrí otra parte importante de la cultura japonesa.

Me encantó pasear por Akihabara y encontrarme con esas tiendas de tecnología punta, visitar miles de tiendas de cómics en las que la gente se pasaba horas leyendo, entrar en tiendas muy locas de disfraces, jugar unas partidas en los pachinkos (dónde los japoneses de todas las edades se pasan horas en las máquinas recreativas) y disfruté como una enana con las cabinas de fotos japonesas: purikuras.

¡Divertidísimo!

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Excursiones a las afueras de Tokio



Excursión de un día a Kamakura

El día se presentó lluvioso.

Cogimos un tren hasta Kamakura. Se llega allí en apenas una hora.

Nosotros sólo fuimos a visitar el Daibutsu de bronce de 13 metros de altura (uno de los Budas más grandes de Japón).

Hay que decir que la estatua es realmente imponente.

Nos adentramos en su interior (por unos 20 yenes) pero la verdad es que no merece mucho la pena (Bueno, siempre puedes decir que has estado en el interior de estatua construida en 1252….).

Aquí tienes más información sobre otras visitas en Kamakura

Excursión de un día al Monte Fuji

Excursion de un día a Nikko

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Dónde alojarse en Tokio



Mi viaje a Tokio: Diarios de viaje



Después del verano el planazo estaba claro: 15 días locos por Tailandia con mi amigo Adri. Yo ya había empezado a mirar vuelos, hoteles, lugares que visitar… Pero como ya os conté anteriormente, el Karma es caprichoso… Cuando me decidí a comprar los billetes, los precios habían subido y de repente me encontré con algo inesperado. Nunca olvidaré aquella llamada y los nervios, sofocos que tenía:

Sandra: – Adri, no sé qué hacer… Iba a comprar el billete a Bangkok pero han subido de precio… Y acabo de encontrar un billete i/v para Japón a 550 euros desde Santiago. Sí, sí. Santiago de Compostela-Estambul-Tokio ¿QUÉ HACEMOS?

Adri(Silencio)

Sandra: -Adri, ¿qué hacemos? Japón es nuestro sueño desde siempre. Desde que nos conocemos siempre hablamos de hacer algún día ese viaje. ¡¿Ha llegado el día?! ¿Cómo lo ves? ¡Aaaaaaaah! (Histerismo total)

Adri. (Silencio). Vale.

Me cuelga y con los nervios, me doy cuenta de que no tengo sus datos para reservar el billete. Vuelvo a llamarlo. No me coge. A lo mejor perdemos esa oportunidad… Me llama de nuevo. Estoy roja, taquicárdica. Me confirma su fecha de nacimiento, su número de DNI, compro el billete con él al teléfono… Está hecho: ¡Acabamos de comprar un billete de avión para Tokio y no estamos nada mentalizados! Estamos bajo shock durante todo el mes siguiente y no dejamos de bromear con el hecho de que tenemos que ahorrar “yenes” para uno de los viajes que probablemente sea uno de los más importantes de nuestras vidas…

Llega el gran día y aún en el avión no nos lo acabamos de creer. ¡Nos vamos al otro lado del planeta! Nada más aterrizar, tal y como nos lo imaginábamos, nos sentimos abrumados por todo: la gente, los carteles, los rótulos en japonés, las máquinas expendedoras por doquier…

Toca entonces aventurarse en el metro y dirigirnos a casa de nuestro primer couchsurfer Ichiro, con el que pasaremos tres noches. Vive en el barrio de Togoshikoen. Tenemos el móvil que nos hará de GPS…¡hasta que me doy cuenta de que no se apagó correctamente durante el vuelo y que me he quedado sin batería! ¡Genial! Llegamos al barrio según las indicaciones y curiosamente a pesar de estar en el área metropolitana de Tokio, parece que estamos en un encantador pueblecito. Intentamos pedirle indicaciones a los autóctonos (ni «papas» de inglés) y conseguir un teléfono para llamar a Ichiro (Nos hemos perdido capítulo I). Milagrosamente conocemos a un chico americano en un supermercado que nos indica amablemente el camino.

Conocemos a nuestro anfitrión que, como buen japonés que es, nos saluda reverenciándonos y nosotros le imitamos emocionados. Nos conduce a su adorable casita y nos vamos a la cama aunque con la emoción de estar allí y el jet lag queremos que se haga de día para visitarlo todo YA.

Desde la isla de Odaiba con Estatua de la Libertad
Desde la isla de Odaiba con Estatua de la Libertad incluída

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Dia 1:

Al día siguiente, a pesar de apenas dormir, estamos tan impacientes por verlo todo que nos olvidamos de que estamos cansados. Empezamos con el Palacio Imperial y sus jardines (¡No busquéis la entrada porque no se puede visitar su interior! :D). A continuación a un paso de allí, decidimos visitar el interesante Museo Nacional de Arte Moderno dónde empezaríamos experimentar ciertas diferencias culturales…

A la tarde nos dirigiríamos al Templo Senso-Ji, otras de las grandes atracciones de Tokio. Recorreríamos toda la calle Nakamise-dōri llena de tiendas y turistas para acercarnos a este precioso templo budista. El ambiente que se respira allí es como mágico. Muchos japoneses se acercan allí para pedir deseos de buena suerte así que nosotros les observábamos e imitábamos hipnotizados por las fuentes, el humo del incienso, los botes de monedas y los papelitos con caracteres Kanji anudados.

Al anochecer decidiríamos coger un crucero por el río Sumida que nos dejaría en la isla de Odaiba. Nuestro barquito de diseño futurista no mostraría la enorme metrópolis en todo su esplendor, llena de luces y rascacielos. De repente, parecía que estábamos en la película Blade Runner. La ciudad parecía no acabar nunca. Al llegar a destino nos encontraríamos con edificios curiosos como el Edificio Fuji Televisión y sorprendentemente con una Estatua de la Libertad y un enorme centro comercial protegido por un Robot Gundam de 18 m. ¡Todo tan loco!

Recuerdo que ese primer día estábamos tan abrumados con todo que, a pesar de lo mucho que visitamos, las horas se nos pasaron volando y es que realmente empezábamos a darnos cuenta de que acabábamos de aterrizar en otro planeta.

¿Lo mejor de Japón? ¡Los japoneses! Pienso que lo que realmente lo hizo tan especial fue la gente que conocimos (y sus costumbres «rarunas»). Tras el primer día durante el cual estuvimos en una nube, llegamos a casa y nos encontramos con que Ichiro, nuestro Couchsurfer, había seguido todos nuestros movimientos por Facebook y, muy amablemente y de manera ya más informal, nos invitó a cenar ramen al lado de su casa. ¡Evidentemente no pudimos negarnos! Así que allí, enfundados en nuestros baberos, empezamos a contarle a nuestro anfitrión todas las cosas extrañas que habíamos vivido durante el día y resolvió nuestras dudas (aunque no todas) mientras se partía de risa con nuestras anécdotas.

Purikura
¡Siempre sales tan guapo! ¡Purikura Time

Día 2:

Al día siguiente decidimos visitar el barrio de Shijuku para irnos de «shopping» y ¡comprárnoslo todo! traernos unos primeros «souvenirs». En este caso me dejé llevar totalmente por Adri. Estando sola jamás se me hubiese ocurrido entrar en una tienda de comics, por ejemplo, pero ver la cantidad de volúmenes y personas allí leyendo es todo una experiencia. También entramos en varias tiendas de discos, de «frikitadas», en la tienda-museo de las AKB481… y es que ¡Todo es posible en Japón!

Durante aquella mañana también entramos en un pachinko (nunca había oído hablar de ellos) y reconozco que también me impactó muchísimo: gente a todas horas jugando a diferentes tipos de máquinas recreativas… En aquellos edificios de hasta cinco plantas, descubriríamos toda una sección de «fotomatones» que serían nuestra perdición-adicción durante la primera semana: ¡las maravillosas máquinas Purikura!

Esta vez para comer decidimos irnos al barrio coreano, Shin-Okubo, y para nuestra sorpresa toda la comida nos supo… ¡a colonia ¡Puaj! Excepto por los puestos de comida y por los letreros con caracteres coreanos, el barrio no tenía nada muy destacable.

Al atardecer decidimos dirigirnos hacia uno de los puntos más neurálgicos de Tokio: Shibuya. Tras la foto correspondiente, me senté junto a la famosa estatua del perro Hachiko mientras Adri se iba al «rincón de los castigos» (zona habilitada por los fumadores) a observar y fotografiar la curiosa «fauna que allí se reunía. Tribus urbanas variopintas, chicas «perfectas», exageradamente guapas y artificiales con rasgos europeizados, androginia extrema (hasta el punto de no adivinar si eran chicos o chicas)… Sin embargo, no es ninguna leyenda urbana: la interacción entre ellos era la mínima…

Si a la tarde ya había mucha gente, al caer la noche, empezamos a entender por qué el cruce de Shibuya es tan famoso. Tras una primera vuelta en medio del mogollón – entre los que destacábamos los guiris grabándolo todo con nuestras cámaras mientras cruzábamos -, la sensación de estar en medio de un inmenso grupo de personas silenciosas y que no chocaban entre sí nos conquistó y acabamos repitiendo un par de veces más, jajaja.

Al llegar a casa, Ichiro nos esperaba sonriente (Creo que realmente la noche anterior se había reído mucho con nosotros) y nos propuso entonces… ¡ir al karaoke! ¿Acaso puede haber algo más típico? Así que allá nos fuimos encantados (¡hasta nos prestó incluso su bicicleta con motor para el camino!) a ver cómo se divertían estos japoneses. La verdad es que nada hubiese sido igual si hubiésemos ido solos. En Japón, los karaokes están divididos en habitaciones separadas por lo que es muy probable que si no conocéis a nadie os aburráis un poco. En la entrada del sitio había un perchero con multitud de disfraces a elegir. Ya en nuestro cuarto, varios mandos para programar las canciones, anuarios de canciones (¡actualizadísimos!) y un interfono para hacerles pedidos a los camareros (mediante el cual Adri puso a prueba su japonés, jajaja). Tras unas cuantas cervezas allí TODOS nos soltamos la melena, incluido Ichiro. La distancia que impone la cortesía japonesa se había roto y dejaba paso poco a poco a colegueo y confianza. Volvíamos a casa totalmente enamorados de nuestros japonesito.

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Karaoke Japón
Momentazos en el Karaoke

Día 3:

A la mañana siguiente, estábamos un tanto triste por tener que decirle adiós a nuestro amigo pero, a pesar de sus muestras de cariño hacia nosotros durante aquellos días, reapareció la fría cortesía japonesa y he de confesar que tanto Adri como yo nos quedamos cortados de no poder pegarle un gran achuchón.

Dejamos nuestras maletas en la estación de tren y nos fuimos a visitar el barrio de Tsukiji. Pasamos por delante del Teatro Kabukiza y nos fuimos a visitar el famoso mercado de pescado de Tokio. Guiándome por mi instinto viajero – y poniendo nuestras vidas en peligro cruzando callejones oscuros-, seguimos a un tipo que tenía pinta de saber dónde ir a tomar un buen sushi. ¡Bingo! Encontramos un encantador “mesón” en el interior del mercado (dónde no nos encontramos a ningún turista) y degustamos el mejor sushi que he tomado en mi vida por unos 6 euros el menú (aún lloro recordándolo).

Paseamos toda la tarde-noche por el barrio de Akihabara, la ciudad eléctrica, hipnotizados por sus luces de neón y tiendas de gadgets pero la locura se desató cuando, de casualidad, encontramos una tienda de disfraces Cosplay con pelucas de oferta, jajaja.

De camino a la estación, pasamos por delante de varios Maid Cafés donde estas chiquillas intentaron (sin éxito) convencernos para entrar. Tras comprar una cajitas de bento (como buenos japoneses que somos) y tras sufrir horrores en un vagón para fumadores (ningún asiento libre en no fumador 🙁 ), nos dirigiríamos esa noche hasta nuestra siguiente destino: Kioto.

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Día 4:

Sólo encontramos una sola dirección durante todo nuestro viaje (todas las demás nos perdimos) y sería la de nuestro ultimo host en Japón, Daigo, que vivía en el barrio de Kanagawa. La zona era totalmente diferente al barrio dónde nos hospedábamos los primeros días con Ichiro (Togoshikoen). Se respiraba un ambiente mucho más cool, bastante gente por las calles, muchas cafeterías, restaurantes y bares… Tras unas breves presentaciones con Daigo, nos fuimos rápidamente a la cama tras el largo día que habíamos tenido en Kioto (es decir, me quedé dormida mientras hablábamos con él, jaja).

Tras visitar Kamakura por la mañaña, decidimos volver enseguida a Tokio. Era fin de semana así que decidimos ir a dar una vuelta por el barrio Golden Gai en Shinjuku para ver cómo era la “marcha” en la capital. Lo cierto que este barrio formado por unas cuantas callejuelas estrechas, y oscuras con mini «barracones» es curioso porque es como un “pegote” dentro de un barrio moderno. Al final, no nos animamos a entrar ya que el ambiente en estos minúsculos bares no era muy allá: una barra y  unos pocos clientes sentadas en ella hablando con los camareros. Tras esta pequeña decepción, de camino para casa, de repente vi a un grupo de chicos y chicas con una corona de flores y muñequitas (bastante macabras)… ¡Todo muy extraño! Me acerqué a ellos y les pregunté qué era. Una de las chicas me contestó tímidamente: Good luck, good luck!!! (Buena suerte en inglés) Así que le dije a Adri…¡Tenemos que seguirles! XD

Después de unos cuantos aciertos gracias a mi sentido arácnido Adri ya estaba emocionado con lo que nos encontraríamos y, de repente, ¡tachán! ¡Una enorme verbena-fiesta de barrio! Nos encontramos con miles de coronas de flores, como la que habíamos visto. La gente las depositaba en un montón a modo de ofrenda delante de un templo con un montón de farolillos iluminados. ¡Increíble! El ambiente muy relajado (como siempre) pero esta vez sí que se oían más risas, música, más ruido de lo habitual… Había un montón de puestos callejeros de comida muy apetitosos y mesas alrededor con gente comiendo. Gracias a Héctor de Kirainet.com he logrado averiguar tras mi regreso que esta fiesta se llama Hanazono.

Tras dar unas cuantas vueltas por allí, volveríamos ya para casa cruzando el barrio de Shinjuku de noche. Las calles estaban tan animadas que hasta parecía un lugar distinto. De camino a la parada de metro vimos varias de bandas tocando en la calle (y la verdad es que lo tenían muy bien montado y no lo hacían nada más). Durante un momento nos volvimos a perder un poco y acabamos de casualidad en unas calles repletas de “Hoteles del Amor, todos ellos con sus particulares letreros con dos tarifas de «Para descansar» o «Para pasar la noche». ¡Todo muy políticamente correcto!

Lo que está claro es que los japoneses tienen su forma de divertirse. Tampoco son tan serios como podemos imaginárnoslo, pero sí definitivamente su forma de hacerlo es bastante diferente a la nuestra.

Nabe Party Japon
Nabe Party Japon

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Día 5:

¡Había que darlo todo: eran nuestros últimos días en Tokio! Los pasaríamos en casa de un nuevo host, Daigo.

Sorprendentemente el viaje no había sido tan caro como nos lo imaginábamos (Mucho ahorro gracias a Couchsurfing y AirBnb, las visitas a los monumentos y comer fuera no era caro… Lo más prohibitivo fue el transporte, gasto controlado gracias al Japan Rail Pass) así que nos dimos un homenaje y nos fuimos de compras con nuestros últimos yenes. Sólo diré que nunca había vuelto de un viaje tan cargada: ¡23 kilos de equipaje facturado! ¡Por poco me paso!

Durante nuestro penúltimo día decidimos ir hasta el barrio de Shimo Kitazawa (que encontramos mencionado en nuestra Lonely Planet de casualidad). Nos encontramos en un barrio muy bohemio, lleno de artistas, cafeterías «super cools», tiendas de ropa de segunda mano. ¡Como a nosotros nos gusta! XD

Luego nos fuimos en dirección a Ropongi Hills a ver los modernos edificios que caracterizan este barrio llenos de rascacielos futuristas y, para no variar, volvimos a perdernos. Finalmente aterrizamos junto a la Torre de Tokio. Junto a ella se encuentra el parque de Zojo-ji con curiosas estatuas vestidas en su cementerio. Caía ya la noche y, como teníamos nuestras últimas compras con nosotros, decidimos cambiarnos (en plan casual, jaja) y «volvernos muy japoneses»: nos enfundábamos nuestros kimonos y obis recién comprados para una sesión de fotos delante del templo budista y de la Torre Eiffel (¡uy, no, que no estábamos en París sino en Tokio, jejeje!).

De regreso a casa de nuestro Host, este nos había avisado que haría una fiesta en su casa coincidiendo con nuestra última noche en Japón. Como os imagináis, estaríamos más que encantados. Los amigos de Daigo eran muy majos y todos hablaban inglés así que fue muy divertido hablar con ellos del montón de cosas que nos habían pasado durante nuestro viaje (aquella noche resolvimos la misteriosa anécdota del Museo de Arte Contemporáneo de Tokio). La «Nabe Party» resultó ser una cena muy sana con bastante poco alcohol en comparación con las fiestas que montamos aquí. Varios de los chicos prepararon unos okonomiyakis mientras otros se encargarían de la «nabe” (una olla tradicional con agua hirviendo) a la que añadirían un «avecrem» japonés (¡Gloria!) y cada poco tiempo varios ingredientes (verduras, fideos, carne). ¡Una noche muy auténtica con pequeños terremotos incluidos!

Parque Yoyogi
Parque Yoyogi Tokio Japon

Día 6:

Al día siguiente nos despedimos de Daigo ya por la mañana. Pensábamos dejar nuestras maletas en unas taquillas en el centro pero, desgraciadamente, parece que aquel día nos echaron una maldición: a pesar de los millones de taquillas que hay en todas las estaciones perdimos casi 2 horas para encontrar unas libres. Finalmente nos fuimos al barrio de Harajuku a pasar nuestras últimas horas en Japón.

Era domingo y había muchísimo ambiente. Nos fuimos dejando llevar por la multitud y acabamos en el parque Yoyogi. El lugar me encantó.

En aquel momento me di cuenta que lo que más me había gustado de este viaje (aparte de los miles de ataques de risa con Adri – ¡Jamás me reí tanto!) eran los propios japoneses. Lo mejor había sido convivir con ellos, observar sus costumbres e intentar entenderlos. Aquella tarde vimos de todo: jóvenes con pintas extrañas paseando sus hurones, pandillas de amigos practicando sus coreografías en el parque, familias disfrutando con los niños y los famosos rockeros del parque dándolo todo para los muchos turistas que estábamos allí…

Un viaje que parecía un imposible, un lugar inalcanzable, un sueño cumplido, un recuerdo que siempre llevaré en mi piel…

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