Mi viaje y recomendaciones para viajar a Varanasi

Sandra Candal

Tras dos días estupendos en Orchha y en Khajuraho, llegamos a la estación de Jhansi dónde cogería un tren nocturno hasta Varanasi

Ghats Benares India

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Qué ver y hacer en Varanasi



Kashi Vishwanath

Este templo es uno de los 12 lugares sagrados de la ciudad.

Situado a orillas del Ganges está dedicado a la diosa Shiva y se caracteriza por sus estupas doradas.

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Los Ghats

Si vas caminando todo lo largo del río te encontrarás con pequeños muelles, cada uno dedicado a alguna actividad por lo que no dejes de recorrerlos todos.

Benarés es una ciudad que hay que vivir.

Ten en cuenta que Manikarnika Ghat es el más sagrado y lugar de cremación de los muertos.

El Ghat Dashashwamedh y el Aarti

Este ghat Dashashwamedh es uno de los más importantes de la ciudad y se encuentra junto al templo Vishwanath.

Los aartis son un ritual religioso hindú que se realizan tanto por las mañanas como por las noches junto al río Ganges en este ghat.

Durante esta ceremonia, las personas presentes cogen unas lámparas llenas de velas y rezan y cantan en honor a los dioses mientras las van moviendo.

Después, el sacerdote se suele pasar una bandeja con velas y flores, los creyentes ponen la mano sobre las llamas y la acercan a su frente como signo de purificación.  

El Fuerte Ramnagar

En la orilla de enfrente de Varanasi se encuentra el fuerte Ramnagar construido en el s. XVI.

No llegue a entrar en él pero las vistas a la ciudad desde esa orilla del río merecen muchísimo la pena.

Isipatana Deer Park

A las afueras de Varanasi, a 10 km, se encuentra este parque en el que se dice que Buda predicó por primera vez el Budismo.

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Mi viaje a Varanasi: Diarios de viaje



Viajar en tren por la India es una experiencia totalmente imprescindible. ¡Doy fe! Caos en estado puro. Hay que verlo para creerlo: familias enteras durmiendo en el suelo, altavoces retumbando sin parar, rótulos incomprensibles por todas partes, gente comiendo, hablando, orinando…. Vickrm vino con mi billete, le preguntamos a un revisor y me indicaron dónde pararía mi vagón. ¡Y es que los trenes son quilométricos! Cinco clases: las dos últimas (las más baratas) sin aire acondicionado, con gente y animales apiñados; la tercera con aire acondicionado y asientos… Yo podría permitirme el lujo de ir en segunda, con litera. Me cogí un tentempié y me despedí de Vickrm agradeciéndole una y otra vez sus buenos servicios.

Mi compartimento tenía 6 literas de cuero con su sábana y manta empaquetadas y cortinilla para tener algo de intimidad. ¡Todo un lujo! Sin embargo, Vickrm me advirtió que tuviese cuidado con mi mochila ya que eran frecuente los robos por la noche. La gente que me acompañó en el tren era muy distinta a la que había visto esos últimos días por las calles. Todos eran muy elegantes e incluso uno de ellos se puso a hablar conmigo en perfecto inglés mientras que todos los demás escuchaban, de forma muy educada, atentamente, todo lo que contaba. El viaje resultó muy cómodo – a pesar de “maldormir” agarrada a mi mochila. Al despertar todos se habían ido.

Me levanté y me entraron unas ganas locas de ir al baño pero ¿qué podía hacer con mi mochila? Moverme con ella iba a ser complicado. Me puse a buscar a alguien de quién me pudiese fiar… ¡otro guiri como yo! Me acerqué a un rubito de ojos azules y después le devolví el favor ya que él estaba en mi misma situación, jajaja. A continuación, nos sentamos juntos y decidimos hacer las presentaciones. Se llamaba Boris, era belga, de mi misma edad… y se convertirían en mi compañero de aventuras durante los dos días siguientes en Varanasi. Él, viajaba de mochilero, un plan mucho más arriesgado y económico que el mío. También resultaría ser un viajero muchísimo más experimentado que yo (llevaba ya tres semanas por la India). Aprendería mucho gracias a él y dejaría definitivamente de tener miedo y respeto a todo lo que me rodeaba.

Dejamos nuestras cosas en nuestros respectivos hoteles y, a continuación, quedamos en el centro para irnos a la aventura. Creo que dejar la ciudad de Varanasi para la final del recorrido fue una buena idea porque realmente es un lugar dónde la India se vuelve más India que nunca. Sus callejuelas laberínticas y sucias, el tráfico caótico, el bullicio constante de gente en cada rincón de la ciudad, el Ganges… A día de ello creo que es y seguirá siendo uno de los lugares que más me ha impactado en mi vida. Los colores, la luz de esta ciudad son realmente mágicos y diferentes a todo. Es simplemente otro planeta.

El atardecer fue uno de los más bonitos que vi en mi vida y nos dejábamos arrastrar hacia el centro dónde todo el mundo parecía juntarse para unas rituales que tendrían lugar a  la luz de la luna. Unos hombres empezaron a realizar unos misteriosos ceremoniales dónde hacían malabares con fuego, con pesados incensarios. Aquella noche antes de volver a nuestros hoteles Boris y yo decidimos darnos un pequeño festín gastronómico ya que esta sería mi última noche. Para volver al hotel lo haría por primera vez en rickshaw, el coche ya no lo querría…

Aquí puedes leer cómo empezó este relato.

A la mañana siguiente me advirtieron que Arjun tenía una última sorpresa preparada para mí: una barquita me esperaba para ver el amanecer desde el río Ganges. Como no, le pedí a Boris, que se uniese a mí. Aquel espectáculo nos dejó mudos durante casi una hora. Ver aquella ciudad despertar será un recuerdo que jamás olvidaré: todos iban bajando a los diferentes Ghats (muelles) que dan al río con la mayor naturalidad del mundo. Unos se metían al río a rezar (Benarés es un lugar de peregrinación), otros se bañaban o incluso se lavaban los dientes, otros empezaban a hacer su colada, otros se ponían a lavar sus rebaños… Un poco más allá, el Ghat “funerario” de dónde salía el humo de los cuerpos que se estaban incinerando (sus cenizas también irían al río)… Observábamos desde nuestra barquita de madera aquel espectáculo de vida y muerte sin igual en total silencio. Después de nuestro pequeño paseo, decidimos recorrer todos los ghats a pie. Aquella horas fueron hipnóticas, cualquier pequeño detalle de la vida más cotidiana parecía mágico y nos hacía sonreír: un barbero callejero, una niña llevando agua para casa, un niño limpiando el barro de las escaleras, unos hombres pescando, mujeres recogiendo restos de basura para reciclarnos, gente secando bostas (son utilizadas como combustible), un niño echándose una siesta dentro de su puesto callejero…

Todo parecía tan sencillo, tan fácil. Aquellos rostros siempre sonrientes siguen en mi recuerdo a día de hoy y le han hecho sombra a todos los monumentos espectaculares que visite durante aquel viaje. No me encontraba en medio de ninguna crisis espiritual, ni existencial. Este viaje sólo reafirmó mi teoría de que tenemos la mala costumbre que desperdiciar nuestro tiempo y esfuerzo en asuntos sin ninguna importancia y de olvidarnos con frecuencia de la belleza de los pequeños detalles y de la vida. Este viaje a la India siempre me ayudará a recordarlo.

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2 comentarios

    1. Te animo a hacerlo. Realmente es una experiencia única, un país que te hipnotiza y atrapa… y muchísimo más seguro de lo que la gente cree. 🙂

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