Mi viaje y recomendaciones para viajar solo a El Cairo
A continuación pasaría tres días en El Cairo (Egipto) pero el primero apenas daría para nada.
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Qué ver en El Cairo: Mis imprescindibles
Las Pirámides de Giza, la Esfinge y El Museo Egipcio
Vamos a ver… ¿¡Has ido hasta Egipto y no vas a ver las famosas Pirámides (las de Guiza, Keops y Kefrén) y la Esfinge?! ¡Anda yaaaaa!
¡Pues claro que son uno de los 5 imprescindibles para conocer El Cairo (bien es cierto que de todas formas en Egipto tienes unas 120 pirámides más que visitar).
Personalmente no me decepcionaron en absoluto y por algo, la Gran Pirámide fue y sigue siendo una de las siete maravillas del mundo (la única que se conserva de hecho).
Se puede acceder al interior pero mi guía me avisó que no había nada destacable dentro (así que mejor te ahorras ese dinero para entrar en las Tumbas de los Valles de los Reyes, por ejemplo).
Para completar este primer punto, añado el Museo Egipcio de El Cairo a la lista para aprender más sobre la cultura e historia de este pueblo milenario.
Os recomiendo contratar un guía ya que apenas hay explicaciones y, con tantísimos objetos de un valor incalculable que allí os encontraréis, acabaréis totalmente perdidos y mareados.
El Cairo histórico
El Cairo histórico transcurre todo lo largo de la calle Al-Muiz.
Alberga auténticos tesoros arquitectónicos medievales (s. XIV): la Mezquita de Ibn Tulun (la más antigua y grande de El Cairo), la Universidad de Al-Azhar, la Mezquita de Al-Hakim…
Un apasionante paseo por el tiempo.
La ciudadela de Saladino
Aunque esta fortaleza medieval que alberga tres mezquitas en su interior no llamó excesivamente mi atención, lo que jamás olvidaré son las increíbles vistas que nos ofrece de la ciudad.
¡Nos os las perdáis, merece mucho la pena!
El mercado de Jan el Jalili, el tráfico y El Cairo de noche
Cuando pienso en El Cairo no puedo dejar de recordar sus calles repletas de gente a todas horas así que mi recomendación es que callejeéis mucho.
El mercado de Jan El Jalili es enorme y como en muchos bazares árabes es muy fácil perderse allí durante horas.
El tráfico del Cairo es una auténtica aberración de coches (¡Rezad cuando vayáis a cruzar) y si sois realmente aventureros y os gustan las emociones fuertes, no dejéis de subiros a un taxi (eso sí, no olvidéis de negociar bien la tarifa antes de subiros sobre todo si no tiene taxímetro).
Gracias a mis aventuras con Hossam, me atreví a salir de noche (no lo hubiese hecho de estar sola) y la verdad es que la ciudad de noche es aún más increíble: cantidades abrumadores de gente por las calles y puestos y tiendas que nunca cierran.
Un paseo a lo largo del río Nilo en plan romántico – curiosamente de noche me recordó muchísimo París con sus puentes (excepto por el horrible tráfico) – tampoco viene mal. 🙂
El barrio copto
Por desgracia mis tres días en El Cairo no llegaron a nada y no me quedó tiempo para visitar el barrio copto ¡Ya tengo excusa para volver!
Este barrio de callejuelas estrechas y adoquinadas esconde un montón de secretos como la Iglesia de Santa María (la Iglesia colgante), la Iglesia de San Sergio (construida en una cueva dónde dicen se refugió la Sagrada Familia cuando huyeron a Egipto), la Iglesia de Santa Bárbara, el Monasterio de San Jorge (que se construyó sobre la antigua fortaleza de Babilonia) y el Museo Copto (donde se encuentran los famosos Manuscritos de Nag Hammadi).
Mi viaje a El Cairo: Diarios de viaje
Llegaría a la capital a media tarde, me instalaba en mi preciosa habitación de hotel, me pegaba una ducha… ¡y recibía una llamada de Hossam! Al día siguiente tenía que trabajar pero no pasaba nada porque yo también estaría ocupada con mis visitas. Esa misma noche quedaríamos para que me enseñase la ciudad… y yo doblemente encantada de poder descubrirla con él.
¡Vivir El Cairo de noche fue una experiencia fue inolvidable! La ciudad es realmente increíble y me lo hubiese perdido ya que no me hubiese atrevido a salir sola a horas intempestivas. Las tiendas no cierran y hay un ambiente sin igual por las calles. Cada calle tenía asignado un tipo de negocios: una calle entera de talleres de coche, otra de tiendas de ropa, otra de locales de comida… El tráfico, tal y como había leído en mi guía, era un infierno pero, al menos, me sentía protegida cuando Hossam me cogía de la mano para cruzar como si fuese una niña pequeña, jajaja.
Fuimos a cenar “fast food” egipcia y probé un riquísimo Koshari que jamás podré olvidar. El paseo acabó en uno de los puentes de la ciudad, tomando un riquísimo té en un puesto callejero que tenía unas sillas de plástico a modo de terraza improvisada. Me quedaba alucinada con lo mucho que aquella romántica panorámica me recordaba a París. Lo que sí me dejó fuertemente impactada fue ver el edificio del antiguo gobierno de Mubarak totalmente calcinado. Durante mis primeros días en Egipto había vivido en una burbuja, había estado aislada de la realidad. En la capital ahora descubría y aprendía más sobre el momento histórico que estaba atravesando el país.
El tiempo se detuvo. No recuerdo las horas que estuvimos allí simplemente hablando. “Ahora que sabes más de Egipto, ¿te gustaría quedarte a vivir aquí”, me preguntó Hossam. “Yo siempre he vivido libre, admiro tu país pero no podría adaptarme a tu cultura”, le contesté.
A la mañana siguiente, aunque estaba terriblemente cansada por acostarme tarde, me desperté animadísima. Siempre había dicho que no quería morirme sin ver las pirámides de Egipto. ¡Por fin había llegado el momento! Mientras nos acercábamos a ellas en coche, me dio la risa tonta. Al fin las estaba viendo, ya estaba ahí. Tras verlas tantas veces en la tele, ahora las tenía a escasos metros. Su tamaño y la ubicación es realmente impresionante. Mi nuevo guía, Willy, no dejaba de hablar por los codos dándome cifras y más cifras sobre las dimensiones de las pirámides, yo simplemente buscaba disfrutar del momento y de nuevo, ¡de la gran suerte de poder estar allí prácticamente sola!
Tras una breve visita por una fábrica de papiros, esa tarde decidí ir al Museo Egipcio. Acabé hasta las narices del Willy de marras. La gran parte de la información que me estaba dando ya me la había dado Hossam (que me explicaría más tarde que se explayaba en sus explicaciones durante nuestras visitas para quedarse más tiempo a solas conmigo XD). Nada más llegar al hotel, llamé a mi guía preferido.Tenía ganas de seguir viendo el verdadero Cairo. Aquella tarde, nos fuimos de terrazas. Me encantó poder observar más detenidamente a los cairotas y sus costumbres pero también me dolió ver su pobreza. Una pobreza a la que se veía que la gente no estaba acostumbrada. Se notaba realmente que el país había tocado fondo y se entendía perfectamente porque el pueblo se había levantado y tenía todas sus esperanzas puestas en las próximas elecciones. Al ser una capital tan enorme (unos 17 millones de habitantes), también pude apreciar una gran mezcla de culturas. Incluso me quedé muy sorprendida cuando Hossam me presentó a uno de sus amigos, un chico rubio de ojos azules, que jamás pudiese parecer egipcio. “Algunos descendemos de los faraones pero otros somos nietos de Alejandro Magno”, me dijeron los dos entre risas.
Hossam, queriendo sumar más y más puntos conmigo, me llevo a una increíble terraza-mirador para ver el atardecer. A pesar de tener la sensación de que estaba en un país relativamente abierto y tolerante, pronto observé grandes contradicciones. Los extranjeros éramos respetados y bien aceptados pero que un chico árabe estuviese con una chica blanca no estaba bien visto. Aunque él ya no era mi guía, tampoco podíamos actuar con naturalidad en público como lo haría cualquier pareja en occidente. Todo debía ser a escondidas y muy pronto tendría la sensación de volver a mi época adolescente. Me sentía como una cutre protagonista de la “Pasión turca” versión Apto para todo público…
El último día en El Cairo. Tenía que aprovecharlo al máximo. Hossam no se encontraba bien aquel día por lo que pasaría gran parte del día sola pero vendría a despedirse por la noche. Empecé con una de las experiencias supuestamente imprescindible para conocer Egipto: coger un taxi. Le pregunté al recepcionista cuál era el precio para poder ir hasta la Ciudadela de Saladino y ya me sentí lista para el regateo. Orgullosa de mí, alcancé el precio deseado y para allí me fui, rezando para llegar viva, (los egipcios conducen como locos) y alucinando con la montaña rusa – taxi (acelerones y frenazos continuos debido a los atascos constantes). ¡Toda una experiencia efectivamente! XD
Me fui a visitar luego la Ciudadela, un recinto fortificado a lo alto de una colina, antigua residencia real. Las dos mezquitas, la del Sultán Hassan y la de Alabastro estaban prácticamente vacías. A continuación, desde el impresionante mirador, con toda la ciudad a mis pies, empezó a retumbar la llamada la oración y me sentí entonces muy pequeñita. Se respiraba una paz sin igual.
Tras esta visita tranquila, decidí dirigirme hacia el centro para visitar el mercado de Jan El-Jalili, mencionado por Patricia Schultz en su libro. Según mi guía, estaba dividido en dos partes: una más turística y una egipcia. Empecé con la segunda en busca de aventuras y realmente así fue. Para no llamar la atención, decidí por motu propio taparme la cabeza como muestra de respeto y poder pasar más desapercibida en las callejuelas sucias y caóticas del bazar. Empecé a literalmente perderme y a dar vueltas en círculo. Muy pronto me sentí totalmente absorbida por todo aquello pero también me fue invadiendo un gran sentimiento de tristeza.
Vi mucha más pobreza de lo que yo me esperaba. Una pobreza muy diferente a la que había vivido en la India. En este caso, en los mercados sí se veía bastante pescado pero nadie podía permitirse comprarlo. Se vendía fruta de todo tipo, incluso podrida. La mayoría de los productos era cereales, legumbres, harinas, productos de alimentación básica. Alguna gente me miraba de reojo, desconfiada, otros me sonreían y se acercaban orgullosos contándome que pronto votarían y tendría un nuevo presidente, que su país mejoraría.
Llegó la hora y tras cenar algo los tres juntos y discutir animadamente sobre el amor, las relaciones de pareja y sexo, me despedí de ellos. A la mañana siguiente, ya en el avión, me mantuve callada durante casi todo el proyecto hasta que una señora interrumpió mis pensamientos.
– “Perdona, ¿te importa que hablemos? ¡Es que necesito contárselo a alguien!” – me soltó de repente. Asentí.
– “Estoy viajando con mi madre que es mayor y que siempre ha deseado viajar a Egipto así que me ofrecí a acompañarla pero me ha pasado algo increíble. ¡He conocido a un egipcio durante este viaje y no dejo de pensar en él!¡No sé qué hacer!”
Ante tremenda confesión, ya podéis imaginaros qué cara se me quedó…